Hace tiempo, los chicos tenían dos pares de pantalones. Uno largo para el invierno. Un corto para el verano.
Antes, los chicos aprendían de los mayores y sabían que debían enseñar a los más pequeños. Cada tenía su responsabilidad educativa y se ayudaban todos mutuamente.
Todos jugaban a las canicas juntos en el parque.
Se volvía a casa sucios, sudados y con las rodillas despellejadas.
Nos íbamos a casa sabiendo que mamá nos regañaría. Y mientras lo hacía, nos limpiaba la sangre y nos soplaba las heridas para evitar el escozor del agua oxigenada.
Se disfrutaba teniendo pocas cosas. Se vivía teniendo pocas cosas.
Los padres se peleaban. Pero delante de los niños transmitían mensajes comunes.
La mamá hacía de mamá. El papá hacía de papá. Y los abuelos hacían de abuelos. Se crecía con los roles claros. Se crecía con ciertas certezas.
Yo, afortunadamente, de niño era uno que lo tenía todo. Tuve suerte. Pero un niño de hoy en día que tiene lo que yo tenía se considera muy pobre.
Mi abuela, como regalo de Navidad, solía darme una Fanta a la hora de comer, la Fanta naranja con la botella de cristal estriada.
Ahora, en cambio, si vas a un restaurante hay familias enteras con los ojos puestos en la pantalla del móvil. Nadie se mira entre sí. Todo el mundo intenta ser el más popular y el más "cool" de internet.
Hay niños que crecen viendo a papá y mamá pelearse todo el tiempo.
Conozco a niños que siempre están ocupados, cada minuto, cada segundo. Los padres los quieren "aparcados" porque tienen que dedicarse a otra cosa.
Si vas al parque oyes a muchas madres decir: 'no corras, no sudes, no saltes, ten cuidado, no te hagas daño... no respires'.
La mayoría de los adolescentes lo tienen todo. Pero la mayoría tiene todo lo que no necesita.
Hay adolescentes que hacen deporte. Hay padres en las gradas. Pero los suyos casi nunca. Tienen otras cosas que hacer.
Antes no teníamos nada. Pero crecimos bien.
Ahora lo tenemos todo. Pero estamos mal.
Volvamos a las raíces. Debemos recuperar la sencillez.
Una encuesta realizada a 2.500 estudiantes reveló que 1 de cada 10 desea morir.
Es decir, 1 de cada 10 adolescentes desea no estar en este mundo.
1 de cada 10 no cree que lo que ve (o tiene) valga la pena.
1 de cada 10 no desea un futuro.
A 1 de cada 10 le importa un bledo todo lo que le den porque no ve un bien para sí mismo.
¡Maldita sea!
¿Podemos parar de enviar mensajes negativos?
¿Podemos dejar de vivir "como negativos"?
Los niños crecen haciendo, y en muchos casos sintiendo, lo que ven en los adultos.
"No corras, no saltes, no sudes, no te ensucies.
No termines como yo.
No te enamores. Sólo sufre.
Vete al extranjero. Aquí no hay futuro.
No tendrás pensión. Tendrás que trabajar siempre".
¿Cómo van a querer vivir los niños si lo único que les transmitimos es "el fin del mundo"?
Yo he tenido una vida bastante compleja.
Sin embargo, sigo aquí, con arrugas, cicatrices y barba blanca, diciéndole a todos que el mundo es genial.
Que todo es posible.
Que la vida es maravillosa.
Que las cosas bellas traen cosas bellas.
Que las cosas buenas crean cosas buenas.
Y sobre todo, sobre todo, que lo positivo está SIEMPRE ahí, en toda circunstancia, en toda situación, en toda adversidad.
Lo positivo siempre está ahí. Sólo tienes que quererlo. Sólo tienes que buscarlo.
Debemos ser positivos.
Y transmitirlo a las generaciones futuras.
Ese 1 de cada 10 no me hace dormir bien.
Me siento personalmente responsable.
Los adultos tenemos una gigantesca tarea educativa.
Seamos adultos.
Pongámonos manos a la obra.
Comments